El 11 de diciembre del 2006 lo internamos, no sabíamos mucho del tratamiento, simplemente confiamos, aunque yo buscaba información, alguna pista que me dijera que ese tratamiento era el correcto. Ahora que miro hacia atrás, con la perspectiva que te da el tiempo, pienso ¡cómo nos cuesta a los padres darnos cuenta y tomar decisiones respecto a este tema! Si se tratara de una enfermedad física seguro que no dudaríamos en seguir los consejos médicos, sin embargo en este tema aún muchos siguen pensando que pueden solos.
Ese lunes marcó un antes y un después en nuestras vidas, pero no terminaba allí la historia…
Con mi marido, antes de internarlo, habíamos ido a alguna charla preparatoria para padres, más bien charlas que se brindan a aquellos padres que tienen sospechas o que ya lo saben pero necesitan asesoramiento sobre cómo actuar para que sus hijos acepten algún tipo de tratamiento. Recuerdo que en la charla que fui, algunos de los consejos que se daban se referían a “cerrarles la puerta de la casa” a los chicos, yo pensaba que jamás, jamás podría hacer eso con mi hijo, que eso lo decían porque no estaban en esa situación. Y sin embargo me vi forzada a tomar una decisión de ese tipo.
El 13 de diciembre, sobre el mediodía, me llaman de la Comunidad y el operador me dice: “Madre, su hijo se quiere ir” y yo no entendía nada…¿cómo que se quiere ir? ¿cómo es que lo dejan irse? Si es menor…no puede ser, no puede ser…
Yo sabia de esa posibilidad, me la habían comentado, pero siempre quise pensar que eso no iba a pasar.
Me pasaron con él por teléfono, intenté convencerlo pero no hubo caso. A los minutos me vuelven a llamar y me dicen: “Bueno madre, su hijo se fue. No le abra la puerta” Yo no entendía nada, esta sobre pasada, sobre girada. El operador me pregunta si mi hijo estaba acostumbrado a dormir en la calle y le dije que no, que jamás; entonces me dice que no me preocupe, que si le cierro la puerta él va a volver al tratamiento.
A esa altura ya estaba mi marido y mi madre en casa y yo que no sabía dónde estaba. No pasó mucho tiempo que sonó el timbre de casa y la que tenía que bajar era yo, la parte más frágil, la parte más débil, yo, la mamá que nunca negaba nada.
No sé lo que me pasó, creo que fue la convicción absoluta de que yo quería que mi hijo viviera, el absoluto convencimiento de que era ese el tratamiento, aunque no lo entendiera, y que ese convencimiento pudo más que mi inmenso dolor. Todo eso me permitió no llorar frente a él y decirle simplemente que a casa no entraba. El lloraba y suplicaba, que extrañaba, que no podía, que él quería curarse pero así no. Y yo seguía firme. Me pidió la ropa, le dije que su ropa y su lugar estaba en la comunidad, que a mi casa volvería cuando lo autorizara el tratamiento. Luego se puso violento y simplemente me fui. Cerré la puerta y me fui.
Y ahí quedé, tirada en la cama. Me llamaron de nuevo de la comunidad y les dije, me tranquilizaron y me dijeron que él volvería. Mientras tanto mi marido averiguaba aquí y allá. Al final, a través de los padres de la novia, supe donde estaba, en la casa de un amigo. Ellos fueron hasta allí con su hija y ellos me lo trajeron a la puerta de casa. Ella estuvo hablando con él mucho rato y nosotros esperando. Todo esto afuera de casa.
Finalmente él accede a volver y allí fuimos, ya era tarde, las once de la noche, llegamos y estaban los chicos de guardia que se comunicaron por teléfono con el operador y autorizó su entrada. Allí lo despedimos de nuevo. Esta vez yo fui. Era el 13 de diciembre. El sábado lo veríamos porque habia fiesta de graduación de aquellos chicos que habían terminado su tratamiento.
Empecé a sentir un poco de paz, pero apenas un poco. Mi angustia demoraría un tiempo más en irse.
Mi mayor acto heroico
Fue cerrarte la puerta
Sin llorar
Sin temblar
Sin dudar.
(sin importar quien mirara, quien estuviera, quien husmeara, quien entendiera o no)
Fue más fuerte
La necesidad, el deseo
La imperiosa obligación
de protegerte
Que tu llanto,
Que tu ruego
Por favor – decías – por favor
Y allí
En ese mismo minuto
En ese segundo
En medio de todas tus lágrimas
Allí crecí por primera vez
Y cerré la puerta
Y me fui.
Y sola, sola, sola, lloré hasta casi querer morir
Y así, nos salvamos.
Vos y yo y todos.