viernes, 8 de febrero de 2008

La internación. Cerrar la puerta, abrirse a la vida

El 11 de diciembre del 2006 lo internamos, no sabíamos mucho del tratamiento, simplemente confiamos, aunque yo buscaba información, alguna pista que me dijera que ese tratamiento era el correcto. Ahora que miro hacia atrás, con la perspectiva que te da el tiempo, pienso ¡cómo nos cuesta a los padres darnos cuenta y tomar decisiones respecto a este tema! Si se tratara de una enfermedad física seguro que no dudaríamos en seguir los consejos médicos, sin embargo en este tema aún muchos siguen pensando que pueden solos.

Ese lunes marcó un antes y un después en nuestras vidas, pero no terminaba allí la historia…

Con mi marido, antes de internarlo, habíamos ido a alguna charla preparatoria para padres, más bien charlas que se brindan a aquellos padres que tienen sospechas o que ya lo saben pero necesitan asesoramiento sobre cómo actuar para que sus hijos acepten algún tipo de tratamiento. Recuerdo que en la charla que fui, algunos de los consejos que se daban se referían a “cerrarles la puerta de la casa” a los chicos, yo pensaba que jamás, jamás podría hacer eso con mi hijo, que eso lo decían porque no estaban en esa situación. Y sin embargo me vi forzada a tomar una decisión de ese tipo.

El 13 de diciembre, sobre el mediodía, me llaman de la Comunidad y el operador me dice: “Madre, su hijo se quiere ir” y yo no entendía nada…¿cómo que se quiere ir? ¿cómo es que lo dejan irse? Si es menor…no puede ser, no puede ser…

Yo sabia de esa posibilidad, me la habían comentado, pero siempre quise pensar que eso no iba a pasar.

Me pasaron con él por teléfono, intenté convencerlo pero no hubo caso. A los minutos me vuelven a llamar y me dicen: “Bueno madre, su hijo se fue. No le abra la puerta” Yo no entendía nada, esta sobre pasada, sobre girada. El operador me pregunta si mi hijo estaba acostumbrado a dormir en la calle y le dije que no, que jamás; entonces me dice que no me preocupe, que si le cierro la puerta él va a volver al tratamiento.

A esa altura ya estaba mi marido y mi madre en casa y yo que no sabía dónde estaba. No pasó mucho tiempo que sonó el timbre de casa y la que tenía que bajar era yo, la parte más frágil, la parte más débil, yo, la mamá que nunca negaba nada.

No sé lo que me pasó, creo que fue la convicción absoluta de que yo quería que mi hijo viviera, el absoluto convencimiento de que era ese el tratamiento, aunque no lo entendiera, y que ese convencimiento pudo más que mi inmenso dolor. Todo eso me permitió no llorar frente a él y decirle simplemente que a casa no entraba. El lloraba y suplicaba, que extrañaba, que no podía, que él quería curarse pero así no. Y yo seguía firme. Me pidió la ropa, le dije que su ropa y su lugar estaba en la comunidad, que a mi casa volvería cuando lo autorizara el tratamiento. Luego se puso violento y simplemente me fui. Cerré la puerta y me fui.

Y ahí quedé, tirada en la cama. Me llamaron de nuevo de la comunidad y les dije, me tranquilizaron y me dijeron que él volvería. Mientras tanto mi marido averiguaba aquí y allá. Al final, a través de los padres de la novia, supe donde estaba, en la casa de un amigo. Ellos fueron hasta allí con su hija y ellos me lo trajeron a la puerta de casa. Ella estuvo hablando con él mucho rato y nosotros esperando. Todo esto afuera de casa.

Finalmente él accede a volver y allí fuimos, ya era tarde, las once de la noche, llegamos y estaban los chicos de guardia que se comunicaron por teléfono con el operador y autorizó su entrada. Allí lo despedimos de nuevo. Esta vez yo fui. Era el 13 de diciembre. El sábado lo veríamos porque habia fiesta de graduación de aquellos chicos que habían terminado su tratamiento.

Empecé a sentir un poco de paz, pero apenas un poco. Mi angustia demoraría un tiempo más en irse.


Mi mayor acto heroico

Fue cerrarte la puerta

Sin llorar

Sin temblar

Sin dudar.

(sin importar quien mirara, quien estuviera, quien husmeara, quien entendiera o no)

Fue más fuerte

La necesidad, el deseo

La imperiosa obligación

de protegerte

Que tu llanto,

Que tu ruego

Por favor – decías – por favor

Y allí

En ese mismo minuto

En ese segundo

En medio de todas tus lágrimas

Allí crecí por primera vez

Y cerré la puerta

Y me fui.

Y sola, sola, sola, lloré hasta casi querer morir

Y así, nos salvamos.

Vos y yo y todos.

miércoles, 30 de enero de 2008

"Mamá, yo fumo pasta base..."


Ese día estaba con mi hermana. Mi hijo llegó con su novia y siguió para su cuarto. Venía mal y yo no lo sabía ni lo veía. Venía de Narcóticos Anónimos y no le había gustado y yo tampoco sabía.

Fue su fondo. Fue tocar fondo para él y no pudo soportarlo. El dolor le salía por los poros, se transformaba en violencia y gritos y aún así no lograba taparlo. Seguía doliendo. Y así fue que escuchamos que alguien nos llamaba. Y fuimos corriendo…Era su novia que lloraba y él, él que gritaba y yo, yo que no entendía. Y mi hija más chica que se fue, abrió la puerta y yo ni sé dónde se fue. Y él que gritaba que se quería morir, que quería irse, que no nos quería hacer más daño y yo que me puse en la puerta.

Entonces lo abracé y sentí, sentí bien adentro que él precisaba ayuda y yo no sabía que le estaba pasando. Como una ciega, como una sorda, como… y entonces me dijo, me gritó en la cara, llorando me dijo: “Mamá yo fumo pasta base, ¿no te diste cuenta? y no puedo más, no puedo más y de esto no se sale y nadie me va a poder ayudar” Y ahí, ahí me entregó las llaves de casa y me dijo: “no me dejes salir”…

Lo que yo no quería ver, lo que yo había desechado por imposible, estaba allí, frente a mí. No era el perfil, había pensado, no era…

Nos sentamos frente a él como unas zombies, tal vez no queríamos ver, no queríamos entender la gravedad. Yo no grité, no pregunté por qué, no me enojé, solo escuché todo lo que empezó a contar, y lloraba con él, me enteré así de una parte de su historia de consumo, una parte de su desesperación por querer zafar y no poder solo, no poder solo.

Todas sus señales, sus pistas, todo quedó a la vista, a la intemperie…no había tiempo que perder, ya no. El límite máximo había sido traspasado. Era el momento de gritar BASTA!

Ni nos encerramos, ni nos desesperamos, nos ocupamos inmediatamente. No quería yo volver a equivocarme, no quería porque sabía, tenía la absoluta convicción de que en esto se me iba la vida, mi vida, su vida, la vida de mi familia.

Y no estuve sola. Cada uno aportó lo suyo. Y mi compañero, mi esposo, tomó la posta y no dudó. Yo dudaba, pero entonces, de a poco, comencé a confiar y a cambiar, comencé a cambiar lentamente. Apretar los labios, respirar profundo, asumir el papel que tenía que cumplir en esta historia, aguantar los desgarros interiores y confiar. Yo tampoco iba a poder sola. Nadie puede solo. Buscar ayuda era lo primero y ya no había que dudar. No había tiempo para dudar.

Nunca nada sería igual. Lo que aún yo no sabía era que esa oscuridad inmensa que sentí, ese vacío desgarrador que me hacía agonizar, iba a transformarse en poco tiempo en una paz que nunca había conocido.

Destrucción

¿Cuantas calles caminaste?

Escondido y desnudo

Cuántas calles,

Cuántos caminos

Dando vueltas

Montevideo,

Dando vueltas

Sin salidas, sin puertas, sin llaves

Cuántas veces fue tu muerte

Cuántas veces la llamaste.

Cuántas calles descalzo, recorriste, viste, buscaste.

Cuántas salidas que no encontrabas,

cuántos círculos que se cerraban.

Dando vueltas,

Montevideo daba vueltas

y vos dabas vuelta con la ciudad.

La ciudad ajena, lejana, gris sobre la espalda.

Sobre cuántas veredas tuviste que caer,

tuviste que llorar,

tuviste que vomitar,

tuviste que gritar.

Sobre cuánta gente, antes.

Cuándo te perdiste,

cuándo dejamos de encontrarte.

Cuánto, tanto te perdiste, te heriste, te herimos.

Cuantas calles te vieron así,

pidiendo monedas, limpiando vidrios,

haciendo esquina, poniendo el cuerpo,

mezclando mierda con más mierda y más mierda,

queriendo huir, morir.

Cuántos dolores, cuántos pedazos.

Cuanto pasado que fue.

Memoria que no hay que perder.

(todos los textos que figuran aquí son míos, salvo que se indique expresamente lo contrario).

Los vendavales de la vida


La vida es como un viento a veces,

Un viento de esos inesperados

Que llego y golpeó la ventana

Hasta romper los vidrios

Algunos te lastiman

Y porque te lastiman

Te despiertan

Y porque te cortan

Te obligan a curarte

Y cuando todo pasa

Te decis

Era necesario este vendaval

Era necesario…

******

El 27 de noviembre de 2006 un vendaval cruzo mi casa, mi familia, mi vida. Ese día mi hijo colapsó y pidió ayuda. Mi hijo de 16 años gritó ayuda. Lloró ayuda. Mi hijo, consumidor de pasta base, de la “última”, pero antes consumidor de alcohol, de marihuana, de basoco. Claro, que de todo eso yo me fui enterando después.
¿Cómo fue posible? ¿Cómo pudo ser? Si no le faltaba nada, si había diálogo, si había información. Si no somos marginales...Si había amor, mucho amor...

Y desde ese día hasta hoy yo aprendí mucho, mucho más de lo que había aprendido en toda mi vida.

Y desde ese día todo cambió.

Todo cambió para bien.

Esa es la historia de mi familia y su reconstrucción.

¿Quién dijo que todo está perdido?

Seguro que no fuimos nosotros.